En invierno apreciamos más la cocina porqué el frío nos invita a preparar comida caliente y de cocción lenta. Eso significa platos sabrosos y suculentos pero por el contrario un mayor desgaste del espacio, lo que redunda en suciedad en paredes y techos por humos, condensación y restos de alimentos.
Hay que ser prácticos, primero busquemos la funcionalidad y segundo, decoremos a nuestro gusto pero con la mirada puesta en prevenir de la mejor manera posible, el desgaste provocado por el uso.
Antiguamente las cocinas se encalaban periódicamente para higienizar y blanquear, de ahí que el blanco siga siendo el color favorito en decoración, por la sensación de limpieza que transmite.
La cal apenas se usa pero tampoco debemos perdernos en decoraciones sofisticadas que inviten a no usar la cocina por el miedo a que se estropee enseguida.
Hoy en día se sustituyen azulejos y baldosas por revestimientos, tanto en suelos como en paredes o se combinan ambos, pero hay que tener cuidado con la elección del tipo de pintura.
En un suelo conviene pintar con texturas antideslizantes y resistentes ya que la caída de líquidos y restos de comida puede provocar resbalones y manchas.
Si la cocina tiene un uso continuado convendrá pintar con pinturas tixotrópicas, especiales para tratar las superficies manchadas por humos y grasas. Si no, las pinturas plásticas acrílicas serán suficientes.
Actualmente se están poniendo de moda las pinturas fotocatalíticas que eliminan bacterias y hongos que se adhieren a las paredes, o partículas suspendidas en el aire las cuales son las responsables de los malos olores, pero que al entrar en contacto con la pared se neutralizan.
Y una vez decidido el producto más adecuado sólo nos queda elegir el color. Pero el criterio es el mismo que para cualquier otra estancia de la casa. En una cocina luminosa lucirá cualquier color, en una más oscura hay que ser más prudente con la elección.