Hace unos días el suplemento Dinero de La Vanguardia, se hacía eco de los nuevos robots que inundarán nuestra vida cotidiana, en las tareas domésticas, en trabajos pesados y repetitivos pero también, y eso es lo más sorprendente, como gestores de trámites que hasta ahora eran exclusivos de la mente humana; hacer una renta, expedir un certificado.
La consecuencia inmediata de su predicción es la desaparición masiva de puestos de trabajo aunque el alcance de esta invasión tecnológica todavía está por ver. Pero lo que más me llamó la atención fue que el informe pronosticaba que uno de los colectivos que aumentaría su volumen de trabajo sería el de los artesanos. ¡Sí, los artesanos! Parece una contradicción pero el argumento es que ante la oferta desmesurada de commodities que nos invaden de todas partes, resurge la figura del artesano como inventor y creador de productos diferenciados y únicos. Una idea que enlaza con la descripción pura de la artesanía, la del objeto realizado de manera manual sin automatizaciones ni maquinaria.
Y es en este terreno donde entramos las pymes, para aprovechar ese nicho de mercado que nos ofrece nuestra flexibilidad y capacidad de adaptación. Hacemos muchas veces trajes a medida para los clientes, y eso nos proporciona la fidelidad del comprador exigente que necesita una mercancía urgentemente y no la encuentra en el mercado global. Por supuesto, eso implica también una mano de obra cualificada, que sufre mucho menos los envites de las crisis y que proporciona estabilidad a las empresas.
En Pivema sabemos de qué hablamos puesto que uno de nuestros mejores activos es esa flexibilidad para producir con gran rapidez pedidos únicos y muy diferentes, adaptando con gran facilidad la operativa de la empresa a la demanda del cliente. Esa dinámica nos aporta por un lado, la inquietud de estar siempre al día en conocimiento, y por otro, la disposición de servicio. Y es en esos dos pilares recae nuestro futuro y el de muchas pymes.