El domingo pasado salí a pasear con mi perro como cada tarde. Durante el confinamiento lo más triste ha sido el silencio, las tiendas cerradas y las calles vacías, hasta que de repente aparecieron los niños.
Bullicio, risas y juegos que cambiaron el escenario. Me sentí feliz y agradecida por tener salud, y ver que los más pequeños llenaban el ambiente de alegría me pareció mágico. He sabido que mucha gente compartió esa emoción que suponía el primer paso del desconfinamiento.
Y ese impacto positivo ha repercutido sin duda en la satisfacción colectiva de haber superado lo peor y en la esperanza de que todo irá bien.
Me reafirmo en la idea de que este episodio lo superaremos más rápido de lo previsto y que cada paso será un nuevo chute de futuro. Desde ayer están más claras las fases que iremos transitando y sí, ¡habrá playa y espectáculos con poco aforo! Incluso ya se habla de turismo, uno de nuestros motores económicos, cuyo cierre prolongado asustaba.
En lugar de ir a la caza del fallo y de anticiparnos al fracaso, reconozcamos que la inmensa mayoría de los ciudadanos lo ha hecho y lo seguirá haciendo bien. A la vista está la recompensa. Ahora toca disfrutarla.
No sé si será casualidad, pero el ritmo de producción en la fábrica ha aumentado esta semana y es de esperar que cuantos más sectores se vayan incorporando a la actividad económica, aún se notará más. La obligación de los que estamos en activo es mantener la economía con todo nuestro esfuerzo para contribuir a la riqueza común y a la de los gobiernos y que se distribuya de manera eficiente a todos los que lo necesiten sin despilfarrar ni un céntimo. Ese sería el mejor final para la pandemia.